Historia de duelo y de segundas oportunidades, Los últimos románticos es también una reflexión alrededor de la nostalgia. Nostalgia hacia el poder del colectivo en las luchas obreras de los años noventa, nostalgia de la idea de un amor idealizado y nostalgia de la solidaridad y a humanidad en comunidad.

Es una película que juega con ese concepto de lo romántico. “Es una película sobre un amor romántico entre dos personajes que encarrilan su relación según los parámetros de otros tiempos. Pero también es la historia de un lugar donde se romantizan los tiempos pasados, los grandes momentos de lucha colectiva social de los ochenta y los noventa, la añoranza del propio paisaje urbano de ese pueblo en el que ya no se puede ir a los mismos sitios que uno frecuentaba porque han cerrado o han dejado de existir. Es decir, lo romántico tiene que ver también con esa idealización de algo perdido, con cierto sentimiento de nostalgia”.

Coescrita por el director junto a Marina Parés, la película, que cuenta también en el reparto artístico con Maica Barroso y Erik Probanza, es la historia de Irune, una mujer insegura y solitaria, que trabaja en una fábrica de papel a las afueras de un pueblo industrial del País Vasco. Su frágil equilibrio estallará cuando se detecte un bulto en un pecho, lo que coincidirá con un conflicto laboral en el que se ve implicada. Es entonces cuando su vida toma un giro inesperado, ofreciéndole la oportunidad que, quizás sin saberlo, siempre había estado esperando.

“Es una historia de duelo, pero es una película que también tiene un lado luminoso. Es una historia muy íntima, pero también profundamente social y colectiva. Hay causas individuales conviviendo con dilemas morales comunitarios. Y si tuviésemos que quedarnos con una línea narrativa, podríamos decir que simplemente es la historia de alguien que piensa que se va a morir”, dice el director.