En el año 2000 la directora y guionista Azucena Rodríguez quiso hacer una película con uno de los personajes de la novela Los aires difíciles. Fue entonces cuando conoció a Almudena Grandes, con la que surgió una profunda amistad. Aquel proyecto no se llegó a hacer nunca, pero años después, la cineasta inició una película documental sobre la escritora.

Con mucho material grabado, llegó la pandemia y la enfermedad y la muerte de Almudena Grandes. Entonces, con la idea de “mantenerla viva”, Azucena Rodríguez retomó el proyecto. “Yo estaba todavía en pleno duelo y me costaba mucho enfrentarme a las imágenes en las que ella hablaba y reía, como si no hubiese pasado nada. Pero fue, precisamente, la idea de mantenerla viva, aunque solo fuese en la pantalla, lo que tiró de mí. Pensé que, si la película conseguía de algún modo mantener viva su memoria y la de su literatura, merecía la pena mi desconsuelo”.

La directora recopiló todo el material que había rodado y reunió cientos de entrevistas y conferencias que Almudena Grandes había hecho a lo largo de los años. A ello se unió la convicción de que la película debía hablar del dolor que había producido su muerte, además de celebrar su vida y su obra. “Decidí entonces, que lo mejor era hacerlo a través del hombre al que dedicó todas sus novelas, el poeta del que se enamoró como nunca se había enamorado de nadie, Luis García Montero, su marido”.

“Espero que todo ello más la singularidad de las ilustraciones animadas y el peso del archivo histórico confieran a la película una mezcla agridulce que transmita al espectador, el dolor por su pérdida y la celebración de su vida. Y espero, sobre todo, porque es lo que ella quería y lo que verdaderamente honra su memoria, que los espectadores que vean la película sientan el irresistible deseo de leer su obra”.