El mal no existe nació casi al revés que la inmensa mayoría de las películas. No fue una idea que pasó por la cabeza del cineasta, ni un guion que alguien le presentó, fue un encargo para poner imágenes a una música y a un espacio. Y ese espacio ahora, en el filme, y la manera en que el ser humano interactúa con la naturaleza de ese sitio se transformaron en motor esencial de esta historia.

“Las figuras se mezclan con la naturaleza y la música”, dice Ryûsuke Hamaguchi, autor casi al mismo tiempo de dos obras al lado de Eiko Ishibashi: Gift y El mal no existe. La primera es una película muda con imágenes rodadas por Hamaguchi y con música en directo interpretada por Ishibashi. La segunda es este largometraje narrativo. “En su trabajo conjunto, Ishibashi y Hamaguchi intentan redefinir la relación del sonido con las imágenes y la narración”.

“El núcleo de la producción fue crear imágenes de vídeo para el espectáculo en directo de Eiko Ishibashi y de forma natural se convirtió en una película muda”, dice el cineasta, que explica cómo “partiendo de esa premisa, no podía desarrollar la película a través de los diálogos como había hecho antes. Esa fue la diferencia más significativa, y también resultó ser la perspectiva más interesante para mí. Además, nada estaba predeterminado y podía intentar cualquier cosa. Hubo un periodo en el que no se me ocurría nada y lo pasé bastante mal, pero la libertad que aportaba este proceso me gustó muchísimo”.

“Supuso un auténtico reto para mí. Pude pensar en lo visual de una forma más pura y dinámica que nunca, y comprendí que era un camino inexplorado que no habría podido emprender sin una oportunidad como ésta”.