Los personajes de Después de mayo, de Olivier Assayas, se buscan a sí mismos, exploran territorios diferentes, viajan, viven aventuras intelectuales y artísticas… Los comienzos de los setenta fueron momentos de ebullición, tiempos de agitación de pensamiento, de ideas poderosas y… en esos dos, tres primeros años nacieron además grandes películas.
François Truffaut hizo
El pequeño salvaje, con la que ganó el Premio a la Mejor Película en la Seminci de Valladolid. Jean-Pierre Cargol y el propio cineasta eran los protagonistas de esta magnífica reflexión sobre el poder de la educación. También en Francia, Louis Malle rodó la hermosísima
Un soplo en el corazón y Buñuel hizo
El discreto encanto de la burguesía.
Mientras tanto, en España, Antonio Mercero hacía historia con
La cabina y Víctor Erice firmaba la que para muchos es la mejor película del cine español,
El espíritu de la colmena.
El cine anglosajón se movía también por universos apasionantes. Stanley Kubrick estrenaba
La naranja mecánica, Alfred
Hitchcock rodaba
Frenesí, y en EE.UU. aparecían títulos como
Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo),
La última película (Peter Bogdanovich),
Perros de paja (Sam Peckinpah),
Serpico (Sidney Lumet),
El exorcista (William Friedkin) y
El Padrino (Francis Ford Coppola).
Andrei Tarkovsky finalizó entonces
Solaris e Ingmar Bergman rodó
Gritos y susurros. Abbas Kiarostami hizo su primera obra, un cortometraje de doce minutos titulado
Bread and Alley. Y son solo algunos de los títulos de estos principios de los setenta.
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