Viernes, 03 Mayo 2024
Reportajes

Nadie se resiste a Philip Seymour Hoffman

Con un talento abrumador, una poderosa presencia y una brillante inteligencia interpretativa, ningún amante del cine desea resistirse a Philip Seymour Hoffman. Ahora vuelve con The Master, la nueva película de un cineasta con el que disfruta una evidente complicidad, Paul Thomas Anderson.

Ganó el Oscar a la primera (en 2005 por su papel en Capote). Ha hecho el camino poco a poco, pero sin pausa, hasta colocarse entre los más grandes de la historia del cine. Philip Seymour Hoffman, un incondicional del cine independiente en sus primeros años en la gran pantalla, es hoy un gigante de la interpretación, de la especie de los camaleones, capaz de engordar o adelgazar a capricho de los personajes y de adoptar personalidades múltiples. Es el transexual de Nadie es perfecto, el tipo que se masturba en la pared de Happiness, el mejor Truman Capote del cine, el hijo malicioso, dependiente y desesperado de Antes de que el diablo sepa que has muerto… Luchador universitario retirado a causa de una lesión, eligió sustituir este deporte por el teatro y dio en el mismo centro de la diana. En 1984 conoció a Benett Miller y Dan Futterman, director y guionista de Capote, en el festival de teatro de Saratoga Springs. Cinco años después se licenció en Teatro en la Universidad de Nueva York y, tras algunos años trabajando en diferentes espectáculos, accedió a la codirección de la Laberynth Theatre Company. En los noventa ya era uno de los secundarios más cotizados del cine. Su aparición en producciones como Nobody’s Fool, de Robert Benton, o El gran Lebowski, de los Coen, auguraban una fructífera relación del actor con el sector más intelectual, el que había marcado la diferencia, del cine norteamericano. A partir de ahí, no es casualidad que Philip Seymour Hoffman, un universitario inteligente y trabajador, aceptara papeles en películas tachadas de provocadoras, críticas o de denuncia. Boggie Nights, sobre la industria del cine pornográfico, Magnolia, State and Main, de David Mamet, y, sobre todo, la ácida visión de la sociedad americana de Happiness, marcaron definitivamente su carrera. Así, a finales de esa década, Philip Seymour Hoffman era ya un actor progresista, enredado con los círculos más contestatarios del cine, pero también era uno de los intérpretes que había conseguido mejores críticas con sus pequeños papeles. Poco a poco, fue ganando minutos para sus personajes hasta conseguir un protagonista en Love Liza, de Todd Louiso, donde interpretaba a un hombre viudo con el que se ganó, definitivamente, el respeto de toda la profesión y conquistó un lugar diferente en el universo cinematográfico. Poco después, Philip Seymour Hoffman comenzó a asistir a clases de dirección en la Universidad de Columbia. El proyecto de Capote ya estaba en marcha y el actor no iba a dejar pasar esa oportunidad. No era suficiente estudiar el personaje, había que implicarse más en el proyecto. Philip Seymour Hoffman aparece en los créditos, no sólo como protagonista, sino también como productor. Además, el intérprete dedicó muchos meses a trabajar el guion junto al autor de éste, Dan Futterman. El Globo de Oro al Mejor Actor y el premio Bafta que concede la Academia de Cine Británica precedieron al Oscar, que dedicó a su madre. La siguiente película que hizo fue Misión Imposible III, junto a Tom Cruise, una superproducción de Hollywood. No debió convencerle demasiado o, tal vez, fue un puro trabajo alimenticio, porque inmediatamente después volvió a las andadas y buscó ese otro cine, cine más a su medida. En la última película que rodó Sidney Lumet, la magnífica Antes de que el diablo sepa que has muerto, la interpretación de Seymour Hoffman era un inmenso regalo para el público. Siempre cómplice de Paul Thomas Anderson, volvió a reunirse con el cineasta y ahora se ha transformado en Lancaster Dodd, el líder carismático de La Causa, el imán emocional de Freddie Quell (Joaquin Phoenix) en The Master. Metódico y muy trabajador, el actor ha colaborado con el director en el guion y el resultado es, otra vez, más que sobresaliente.        

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