El director y guionista Ibon Cormenzana viajó hace unos años a visitar a unos familiares en el Norte. Uno de ellos le contó que le habían diagnosticado un cáncer, pero no se lamentó por ello y lo que sí hizo fue contarle la rutina que seguía. Le habló de un viejo autobús en el que, con otros pacientes de los pueblos cercanos, viajaba al hospital a recibir tratamiento.

Todas las anécdotas y el espíritu de fortaleza que encerraba su relato dieron vida a esta película, El bus de la vida. “Ese bus había significado para él un espacio de luz, risas y complicidad, que generaba y compartía gracias a las otras personas que viajaban con él”.

Una de las claves de la película es la música. El personaje principal es un profesor de Música que sueña con subir a un escenario algún día. “Desde que nacemos hasta que morimos, la música está presente en nuestras vidas. Es un elemento fundamental para todos los momentos importantes, desde las nanas que de pequeños nos ayudan a dormir, hasta los momentos de celebración y fiesta cuando estamos creciendo. También hay música en los momentos de homenaje o recuerdo y cuando pasamos duelos”, dice Cormenzana.

“Utilizamos la música como elemento de abstracción en bares, discotecas y conciertos, y los recordamos debido a las melodías que se quedan en nuestra cabeza. La música es una herramienta que nos ha servido a los humanos a lo largo de los siglos para calmar el alma, para emocionarnos, para recordar momentos de nuestra vida: de amor, de desamor, de diversión…”, añade el director, que ha empleado temas de músicos muy diversos para la película. Los personajes del relato escuchan la música de Kase O, Los Chikos del Maíz y la MODA, Fito y Fitipaldis, Ibil Bedi, Morgan, Rigoberta Bandini o Paula Koops.