‘EL AMOR DE ANDREA’ / Manuel Martín Cuenca vuelve a indagar en la familia y la paternidad en su nueva película, protagonizada por la debutante Lupe Mateo y estrenada en la 68 Seminci.www.cinesrenoir.com

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El cineasta Manuel Martín Cuenca se pregunta en su nueva película, El amor de Andrea, si es posible ‘denunciar el amor’. Historia de una adolescente, Andrea, que cuida a sus dos hermanos pequeños mientras su madre trabaja y que sigue los pasos de su padre, que no les visita desde la separación. La chica decide demandarle.

Estrenada en la 68 Seminci, la película, que se rodó en Cádiz y cuenta con actores naturales para todos los personajes, reflexiona sobre la familia, sobre la necesidad de afecto de los hijos, sobre la responsabilidad de los padres… y revela cómo las guerras de pareja se llevan al territorio de los hijos causando mucho daño.

La cámara sigue a Andrea en su día a día, observándola, y a sus dos hermanos pequeños -tres intérpretes maravillosos- en esa persecución del amor paterno que no tienen. Con guion del director junto a Lola Mayo, la película cuenta con dirección de fotografía de Eva Díaz y música de Vetusta Morla.

LA GRAN ILUSIÓN: De nuevo una historia con la familia en el centro. ¿La familia como origen de lo mejor y lo peor?

MANUEL MARTÍN CUENCA: Las familias son lugar de acogida, pero hay dramas familiares. Son fuente de afecto, de amor, pero también de dolor. Las familias tienen versos y reversos. El verdadero descubrimiento es que la familia es la que te quiere y a la que puedes querer, y que el DNI no da derecho a nada, lo de los lazos de sangre es una estupidez. Son cosas que se dan por hecho, pero que no son reales, son constructos intelectuales. El afecto se construye o se encuentra. El chico de Chaplin va de eso.

LGI: ¿Con que intención nació esta historia?

MMC: La intención es buscar que se hable de esto. Esta película es un cuento, una representación en la que intento llevar la realidad un poco más allá. Ojalá todos los adolescentes fueran capaces de entender esto. Para eso está el cine, para darles eso.

LGI: Hablando de adolescentes, el retrato que hace de ellos es precioso, muy lejos de los tópicos del cine ¿quería, de algún modo, defender a los jóvenes?

MMC: Sí, ya está bien de retratar a los jóvenes siempre como tarados mentales, con paternalismo, como víctimas o como psicópatas. A la mayoría de los adolescentes lo que les interesa son los afectos y yo quiero reivindicar esta mirada. Los adolescentes tienen mucho más derecho que los adultos a equivocarse. Es una barbaridad cómo se les trata en la ficción, pero fue terrible cómo se les trató en la pandemia, culpabilizar a la gente joven es u locura y una injusticia.

LGI: ¿Quería llamar la atención sobre el papel de las madres y los padres hoy?

MMC: Sí, a la mujer la sociedad le impone ser una súper madre, pero es imposible ser una súper mujer 24 horas al día. Mientras que los hombres, por suerte para nosotros, nos hemos incorporado al mundo familiar. Yo quiero ocupar un lugar en el amor, que es lo más importante de la paternidad.

LGI: ¿El amor como fuerza motora de todo?

MMC: Lo importante es la capacidad que se tenga o no de amar, lo demás son circunstancias que vienen dadas. Hasta la pobreza puede ser trascendida por el amor.

LGI: La película habla de la responsabilidad de los adultos con sus hijos.

MMC: Hemos hecho una investigación, la ley es muy clara respecto de esto y dice que tienes la obligación de ver a tus hijos y de darles cobijo, llevarlos al médico… ocuparte de ellos. Esta es una película donde se recuerda lo importante que es esto y que dice que un niño de nueve años se entera de todo.

LGI: Pero ocuparse de los hijos implica también cuidado emocional ¿no?

MMC: Claro. La pareja, los padres, es un territorio donde se libran muchas guerras. Cuando una pareja se separa puede ser difícil no llevar al terreno de los hijos esa guerra, pero entonces, ellos son adultos fracasados. Ese es el gran drama del que habla la película, cómo derivan estas guerras en los hijos. Es algo que ocurre casi sin maldad, pero con ello se hace mucho daño. Seguimos un caso de una chica que demandó a sus padres por lo mismo que en la película, pero ¿se puede demandar el amor?

LGI: ¿Cómo fue el rodaje con los dos niños?

MMC: La película se rodó cronológicamente, pero nadie conocía el guion, fuimos reescribiéndolo. A la cuarta semana, reescribí casi la mitad de la historia. Los niños entendían sus personajes y se convirtieron en el rodaje en hermanos. Estos niños son así, como en la película, y no son así, pero todo lo que dicen lo entienden. Entendieron la película y eso nos dio una sensación de felicidad enorme. Hubo incorporaciones de cada uno de ellos durante el proceso de búsqueda de los personajes.

LGI: Un personaje más es Cádiz, ¿qué aporta a la historia?

MMC: El cine es físico, yo dejo que fluya. Trato de no escribir en una mesa sobre una película en abstracto. Tuve la intuición de que debíamos rodar en Cádiz, que es una ciudad muy especial, con una cierta decadencia y que está de una forma orgánica en el guion. Cádiz se ve, pero siempre siguiendo a la niña, porque la idea era hacer un retrato casi fotográfico del personaje. Las calles estrechas de Cádiz te dan la horizontalidad hacia arriba y rodamos en un formato primigenio, con un trípode y sin grupos electrógenos.

LGI: Los personajes son de Andalucía, pero alejadísimos del tópico andaluz.

MMC: Quería hacer un retrato de las mujeres jóvenes andaluzas y acabar con tanto cliché tranquilizador. Me dicen que no parecen andaluces porque se les entiende… Me opongo a los tópicos y al reduccionismo andaluz. Las personas que trabajan en esta película tienen un talento innato para actuar, son gente normal y no hay nada de cliché en ellas.