El cine ha dirigido su mirada en multitud de direcciones. Lo hemos visto abarcar casi cualquier fenómeno imaginable y en el camino, por suerte, también tuvo la lucidez de reservarse un vistazo para sí mismo. Decenas de películas nos han mostrado los entresijos de un rodaje, las truculentas relaciones entre los actores fuera de escena o la fuerte influencia de los productores de turno; un cine que, a fuerza de mirarse en el espejo, se piensa a sí mismo.
De la misma manera que un día Velázquez dibujó la pintura en Las Meninas incluyéndose en el cuadro y al igual que los formalistas rusos ensayaron sobre la escritura a principios del siglo XX, el cine también ha sido un arte capaz de mostrarse a través de sí mismo; y lo ha hecho con tal grado de éxito que el cine dentro del cine es hoy considerado un subgénero que nos ha brindado grandes obras maestras. Una de ellas, quizás la más influyente de todas, es El crepúsculo de los dioses, donde Billy Wilder consolida esta temática mezclando el cine negro con la historia de una antigua diva del cine mudo. La transformación que supuso la transición al sonoro inspiró una serie de filmes que reproducirían las dificultades que sufrieron algunos actores, antaño estrellas, para adaptarse al nuevo formato. Tan solo dos años después de la celebrada película de Wilder aparecería otra obra clave del cine norteamericano, Cantando bajo la lluvia; mientras que más recientemente el éxito ha acompañado a la francesa (aunque americanizada) The Artist, capaz de aunar a gran parte del público y de la crítica evocando los silenciosos años treinta en blanco y negro.
El salto a Europa
La réplica en Europa no se hizo esperar. El cine en el Viejo Continente se vuelve por lo general más reflexivo e interioriza la vida de una forma distinta al potente patrón marcado por Hollywood, de ahí que algunas obras resulten impensables en Estados Unidos. Posiblemente el mayor ejemplo de esta particular forma de entender el cine sea Ocho y medio, en la que Federico Fellini se da vida a sí mismo para representar a un director en plena crisis creativa. Al igual que El crepúsculo de los dioses, la obra de Fellini inspiró otras posteriores como Recuerdos de Woody Allen, ferviente admirador del cineasta italiano, o el remake norteamericano Nine, con Daniel Day-Lewis en el papel de Marcello Mastroianni. Un gran cinéfilo que tuvo la suerte de ejercer su pasión, François Truffaut, también nos legó su particular homenaje al cine en La noche americana, con el estilo sobrio y elegante propio de uno de los padres de la nouvelle vague. En unas coordenadas distintas, más psicológicas y experimentales, se movieron los españoles Alejando Amenábar, en su agobiante Tesis, o Iván Zulueta en Arrebato.
Una infancia soñada
“El cine es un espejo pintado”
Sin embargo, la película más emotiva que ha abordado al cine dentro del cine, una de las obras europeas contemporáneas más reconocidas a nivel internacional, es Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore. La historia de Totó, un pequeño apasionado con el descubrimiento del cine de su pueblo, consiguió el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa en 1989. De una u otra forma Totó encarnaba el sentimiento inocente y entusiasta que los amantes del cine hemos sentido alguna vez, la fascinación por esos 24 fotogramas por segundo reflejados en una pantalla que nos han dado y nos darán tantas vidas añadidas a la nuestra. Decía Ettore Scola, otro afamado director italiano: “El cine es un espejo pintado”. Ahora su afirmación se cumple como nunca, pues el cine dentro del cine nos muestra lo que hay detrás, como si lo miráramos en un espejo. Como nos mira Velázquez en el Museo del Prado.
¿Cuál es tu película favorita de cine dentro del cine?
Aquí una secuencia mítica de cine dentro del cine, si aún no has visto Cinema Paradiso no le des al Play:
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