“Esta es la historia de alguien que sueña con ser otra persona. Resulta que Chiara sueña con ser Marcello, que es también el padre de sus sueños”, dice el director, que inmediatamente añade: “Durante mucho tiempo se ha visto reducida a su filiación, con toda la violencia, y a veces malevolencia, que ello conlleva. Hija de, hijo de.... Es una reducción un tanto mortificante que todos hemos experimentado en mayor o menor medida, padres famosos o no. Marcello Mio honra y hace justicia a Chiara. Ella es, sin duda y por completo, Chiara, una Chiara que ya no rima automáticamente con Papá Mastroianni o Mamá Deneuve”.

Y con ella y con Deneuve, en la película, grandes y prestigiosos nombres del cine, como los de Fabrice Luchini, Melvil Popuaud o Nicole García, entre otros, con los que el cineasta rinde homenaje al gran Marcello Mastroianni. “Entendí por qué era tan enorme e intenso, no sólo en las películas de Fellini. Mastroianni es uno de esos actores que nunca dice saber lo que interpreta. Por eso, con él, volátil y efímero, todas las encarnaciones, las eventualidades y los cambios de identidad son posibles”.

Marcello mio es también una oportunidad para que Honoré se pregunte “¿cómo convivimos con la muerte, las ausencias, los fantasmas, nuestros seres queridos, los recuerdos de nuestra infancia que, buenos o malos, no son necesariamente ciertos? Por supuesto que mi película trata de todo esto, ¡un leopardo no puede cambiar sus manchas! Pero Marcello Mio no es mórbida ni fúnebre. No es un memorial, ni una lápida, ni un cromo nostálgico. La solemnidad me asusta. Veo la película más bien como una gran sesión de espiritismo, en la que la mesa gira cada vez más rápido, volviéndote loco. Marcello, ¿eres tú? Sí, pero como un espíritu chiflado, más que un poltergeist, alentando las risitas”.