“Mi sensación es que no tiene sentido hacer arte si no se lucha para interrogar los problemas importantes, los problemas dolorosos y a veces irresolubles que nos obligan a tomar decisiones difíciles”, dice la veterana cineasta Agnieszka Holland, que, con su nueva película, Green Border, denuncia la hipocresía y la doble moral de Europa con los refugiados.

Rodada en blanco y negro, con un aspecto casi de cine documental, la historia se cuenta desde distintos puntos de vista con la intención de acompañar a los personajes, que, en palabras de Holland, “deben ser vívidos y reales, y su viaje debe ser emocionalmente satisfactorio. queremos estar cerca de ellos, seguirlos, cuidarlos y preocuparnos por ellos”.

Unos amigos de la directora encontraron en el bosque fronterizo, ‘green border’, el cuerpo de un joven refugiado sin vida. Había muerto de frío en el mismo sitio en el que despreocupados ciudadanos polacos pasean a sus perros o salen a buscar setas. “Es algo horrible. Frente a esta crisis fabricada por los políticos, debemos adoptar una postura clara: como artistas, como personas, como sociedad y como país”. 

“Soy consciente de que podría provocar reacciones muy desagradables y malentendidas por parte de las personas, quienes, tal vez si escucharan lo que digo, podrían entenderlo. Pero en general no tengo miedo -dice Agnieszka Holland-. No tenía miedo antes, así que no veo ninguna razón para tener miedo ahora. Cada vez tengo menos que perder y cada vez más responsabilidad por lo que debo transmitir”.